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Las casonas eran viviendas de la nobleza local. En esa época, no todos eran ricos; la mayoría pertenecía a la clase baja y los de estas casonas eran campesinos adinerados que lograron destacarse.
Lo que tienen en común son los muros tallados, los imponentes portalones coronados con escudos heráldicos, ventanales protegidos por hierros, salas amplias, escaleras y patios rodeados de altas tapias.
Esta casona, en particular, fue construida por D. Diego López Hidalgo Mangas y está situada en lo más alto del pueblo, aislada del resto de las casas de su tipo. Aún conserva su empaque y la traza ejemplar de una de las familias más destacadas del Señorío.
En el primer nivel encontramos la puerta de entrada, con su gran escudo familiar y dos ventanas. En el segundo nivel, los ventanales están protegidos con rejas de hierro, y en el nivel superior se encuentran tres ventanas que daban a los desvanes. Adosado a la casa está el patio, delimitado por un altísimo paredón, que está rematado con almenas.
El origen de esta familia se remonta a Juan López de Cillas, alcalde de Molina, quien decide asentarse en Tortuera. Fueron inicialmente funcionarios del estado molinés y servidores en la casa condal de Lara, pero con el tiempo se enriquecieron y se convirtieron en poderosos ganaderos.
Varios siglos después, D. Diego López Hidalgo Mangas, casado con Dña. Magdalena de la Vega García, construye este palacio, donde se sucedieron una larga estirpe de militares, letrados y eclesiásticos.
De sus hijos más ilustres destaca D. Lucas López Hidalgo de la Vega, que fue colegial de Artes de San Ambrosio, visitador de los obispados de Calahorra y Sigüenza, mayordomo del obispo de esta diócesis, y vicario general del ejército de Extremadura, entre otros cargos. También su hermano D. Diego López Hidalgo de la Vega, que llegó a ser obispo de Badajoz y Coria.
Tortuera, además de ser tierra de nobles, fue paso de reyes. En el pasado, fue puntoseco entre los reinos de Castilla y Aragón.
Este sistema aduanero gravaba a todos los que quisieran pasar mercancías al Señorío, lo que significaba que se cobraban tasas a las mercancías y viajeros, se inspeccionaban cartas y equipajes de relevancia y se ofrecía alojamiento a personas distinguidas.
El Ayuntamiento, esta casa y la de los Romero de Amaya eran los alojamientos principales para estas comitivas.
El Camino Real, que conectaba Madrid con Barcelona, transitaba por aquí y era especialmente ancho, preparado para el tránsito de carruajes de la época, lo que permitía a grandes comitivas reales viajar cómodamente. De hecho, ya hemos hablado de que Felipe II nos visitó en uno de sus viajes, también lo haría Carlos III con su esposa e hijos en su paso desde Nápoles a Madrid, y Carlos IV se quedó a dormir el 19 de agosto de 1802 de camino a Barcelona.
Este es solo un pequeño fragmento de nuestra historia, pero tenemos que seguir, así que prepárate para continuar hacia la siguiente parada en el cruce de la Carretera Vieja con la Calle Marqués de Embid.
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